Un día me di cuenta de cómo era el mundo: Terrible y hostíl.
Y me inventé un cuento.
Un día me preguntaron cómo era mi vida, y no fui capaz de responder.
Entonces, me inventé un cuento.

[ Distorsión de la realidad ]

Filed Under () by Rhea on viernes, 26 de septiembre de 2008

Akane...

No oye absolutamente nada, a pesar de que tiene los cinco sentidos puestos a su alrededor. Sin embargo, la fuerza arrolladora de sus pensamientos hace que cualquier otro estímulo quede sepultado bajo la intensidad del momento.

A su alrededor, ve como caen los pilares que sostienen su mundo. Su mundo, su ciudad, incluso a ella misma. El polvo se arremolina entre sus pies, alzando sus brazos para alcanzar su rostro. Pero ella cierra los ojos y se prepara para correr. Ya nada la ata a aquel lugar. Su cadena se ha roto, y con ella, las esperanzas de un futuro. Ya no queda nada para ella; ni siquiera puede esperar dolor. La oscuridad la ha pasado por alto y corre a buscar otras presas. Sus enemigos la han despreciado y han decidido que su vida no valía nada; ni siquiera acabar con ella. Sus aliados nunca lo fueron y ella está sola. No tiene lugar al que acudir y tampoco persona a la que recurrir. Sabe que puede viajar pero, desgraciadamente, no la aceptan en ningún otro lugar. Fue expulsada del paraíso y también del infierno. El mundo no la acoge y sus posibilidades escasean.

Alza la mirada al cielo y ve a la Luna. Ella la llama. Cree saber que su alma está allá arriba, lejos de la mirada de cualquier mortal. Asolada por un eterno viento inexistente. Guardada por un ser que nunca existió.

Puede refugiarse en el mundo de los sueños pero, desgraciadamente, ese don se le ha sido arrebatado. No puede dormir, no puede soñar. No descansa, no le hace falta. Su corazón está dejando de latir, segundo a segundo. Momento a momento.

Sus pies corren, dejando tras ellos unas huellas inútiles. Nadie va a seguirlas, porque nadie quiere saber de la existencia de Akane. Si la preguntasen, no sabría qué responder, tan solo... Sálvame.

Pero la salvación está reservada a aquellos que han sucumbido alguna vez. A la perfección se la tienen vedada.

Cae, Akane ha tropezado. Sus propias piernas han dejado de responderle. Araña el suelo con rabia contenida, sacrificando las lágrimas que le quedaban, en aquel momento impreciso. El pelo azulado le tapa la cara en un momento dado, impidiéndole la visión. No se movió, no podía acudir a ningún lugar. Sabe ciertamente, que no tiene un final; como tampoco tuvo un principio. Su existencia es una mera ilusión, creada por algún alquimista sin corazón. Y ahora ya nadie la ve, porque empieza a extinguirse. Sus manos adquieren un tono semitransparente. Se va, se va y no ha logrado encontrar a quien proteger, a quien amar. Se va y sabe que no ha servido de nada.

De pronto alza la vista. Alguien la está mirando. Es un pequeño gato, sentado en mitad de la multitud ensordecedora. Todo a su alrededor es Caos. La gente corre, la gente grita. El mundo está en silencio, pero todo cae. Y el gato está allí, mirándola. Se arrastra, arañándose las piernas, las manos. Los muslos empiezan a quedársele en carne viva. Pero no siente dolor porque un gato la está mirando. Sonríe. ¿Alguien se da cuenta de su existencia? ¿Por fin alguien ha logrado reparar en ella? Cuando llega a la altura del gato, éste se acerca. Le roza la mano con el morro. Está húmedo. Es real. Nota como unas lágrimas acuden a sus ojos pero no ruedan por sus mejillas, contra todo pronóstico se alzan al cielo. Alza la cabeza. El cielo se ha abierto, un oscuro vórtice está absorbiéndolo todo. Las rocas se alzan, las personas siguen corriendo. Buscan el Edén, un lugar donde estar a salvo. Un lugar seguro entre la destrucción. Quizá la destrucción en sí misma sea un lugar seguro piensa Akane. Ella no se hace daño, nada la toca. Solamente siente el dolor físico que se ha hecho reptando hacia el gato. Se incorpora lentamente, apartando la vista del cielo que ya no es cielo. El gato sigue mirándola. Se para a mirar los detalles. Es de color perla, tan suave y peludo... Alarga la mano con intención de tocarlo, y el gato se adelanta para dejarla hacer. Sonríe, está dichosa. Agarra al pequeño animal entre sus brazos, pero de pronto ve lo traspasa. Ya no puede tocarlo. Se está desvaneciendo.

El gato la mira de una forma que parece no comprender, pero ella sabe que él entiende qué está ocurriendo y la está hablando pero, desgraciadamente, poco a poco sus sentidos están dejando de funcionar. El gato mismo se está volviendo borroso.

—Oh, no...— Dice, apenas con un hilo de voz.

La gente a su alrededor ha desaparecido. Se nota volando, no huele nada. Solo escucha... Un mundo de tinieblas la rodea. El gato está allí, entre la oscuridad infinita. De pronto, un haz de luz la ilumina, cegándola. Levanta el brazo para cubrirse y se asombra al comprobar que en aquel lugar tiene un cuerpo material.

Se levanta. Está desnuda. Su cuerpo tiembla, pero no de frío. El gato ya no es un gato, ahora es una espada. Se acerca, tambaleándose. Parece que se ha olvidado de andar pero en realidad está confundida. Agarra el pomo de la espada. Está tibio... La alza. Acaricia su filo. Es tan brillante... La hoja es azul, tan azul como su cabello. El pomo es plateado, pero no tiene una forma definida. De hecho, parece que cambia, que no permanece... La hoja es larga y ella sonríe. ¿Que puede hacer en un lugar sombrío, sin nada ni nadie? Ah, aquel era su mundo. Acababa de materializarse. Pero ahora tenía algo. Tenía una espada.

Prueba, intenta segar su vida, pero no puede. La hoja pasa limpiamente a través de su cuerpo, pero no toca ningún órgano vital. Simplemente la ha traspasado... como tantas otras veces...

Mira a su alrededor y comienza a andar. Se abraza a sí misma, esperando el paso de la Eternidad.

Y allí descansó para siempre la Dama Invisible, la Maga Oscura y la Mujer Inmortal... Alejada de todo y todos. Porque ella era nada y lo era todo.

Filed Under () by Rhea on sábado, 13 de septiembre de 2008

Photobucket

Helaine - D&D

El clangarconte, al ver que a su alrededor no quedaban más enemigos, voló hacia el mago de proa y con su trompeta lo lanzó volando por la borda, a tal distancia que no sabíais si seguía vivo o no, pero estabais seguros de que no iba a volver. Helaine se movió con agilidad para salir de entre sus rivales, pues sus fuerzas empezaban a decaer peligrosamente, asi que rodó sobre sí misma y lo consiguió, pero dejó atrás un mechón de pelo cortado por el guerrero de la pesada armadura, que flotó unos segundos en el viento antes de que los cabellos se separaran. Mientras tanto, el guerrero que había quedado solo tras que la pícara saliera corriendo decidió que era buen momento para capturar a otro, así que salió corriendo hacia proa y con una tremenda carga se echó al hombro al inmóvil clérigo y bajó por las escaleras opuestas hacia la puerta por la que había desaparecido el explorador, pero se dio cuenta demasiado tarde de que Mike estaba delante de la puerta y el tremendo puño del constructo le derribó dejándole inconsciente, cayendo el Baruc aún inmóvil a mitad de camino entre ambos. El guerrero del que acababa de escapar Helaine intentó perseguirla, pero la mano del mayor de los magos le detuvo, creó una especie de portal y los tres desaparecieron por él, cerrándose segundos después.

Aitrus siguió su camino por el exterior del barco, ajeno a todo lo que sucedía dentro de éste. Los dos magos situados en estribor apuntaron con sus varitas a la pelirroja, pero no consiguieron inmovilizarla.

Mike salió a toda prisa hacia delante, aplastando con su enorme mano al mago contra el mástil de la vela. Baruc seguía tumbado de costado mientras el mago de estribor, más joven y seguramente inexperto, lanzaba un proyectil mágico contra el constructo, siendo absorbido y para desgracia del mago devuelto, quedando este arrodillado sobre la cubierta a causa del conjuro. Esta situación la aprovechó Korhan para abalanzarse sobre él y con su montante rebanarle la cabeza, que rodó hacia un lado, cayendo el cuerpo inerte y empezando a llenar las tablas de sangre. El clangarconte miró a su alrededor desde proa y sobrevolando al paladín y golpeando con el espadón en el que había convertido su trompeta al joven mago que había apuntado con su varita a la pícara, para después girar sobre sí mismo y golpear al que se encontraba al otro lado.

Ambos recibieron dos profundos cortes en el pecho y cayeron al suelo. El clérigo recuperaba la movilidad, al igual que el bardo, que subía a la cubierta en el momento en el que el arconte acababa con la vida del último de los marineros y desaparecía en un nuevo estallido de humo y plumas.

Escrito por Caine, DungeonMaster.