Un día me di cuenta de cómo era el mundo: Terrible y hostíl.
Y me inventé un cuento.
Un día me preguntaron cómo era mi vida, y no fui capaz de responder.
Entonces, me inventé un cuento.

[ Distorsión de la realidad ]

Aurora Boreal: Parte III

Filed Under () by Rhea on viernes, 11 de septiembre de 2009

Sea como fuere, cruzaba el paso de peatones, aún distante del mundo que todas las noches me acunaba en sus brazos. Más pendiente de aquel aroma etéreo que llegaba hasta mi subconsciente, haciendo despertar una curiosidad que creía bastante dormida. Si mi camino sería el de la derecha –odiaba los pares, y como consecuencia, su relación con la derecha-, el que tomé por instinto fue la izquierda. Adentrándome por el camino de los Sauces hacia la fuente de los deseos del parque. O de las mentiras, cuando en mis días más afilados osaba acercarme por allí. Me irritaba, entonces, el mero recuerdo de aquella palabra. Deseos. ¿Por qué no decir estupideces? Yo solo conocía un tipo de deseo y era uno que consumía las entrañas del cuerpo, hacía arder el interior y conectaba de un modo que solo así se podía conectar. Y, lo peor, es que creaba adicción. Sonreí en la oscuridad del parque, mientras mis zapatos ligeramente altos, pisaban la arena y la hacía crujir. De pronto, no sabía muy bien por qué, sentía calor. Quizá, pensé, en un arrebato de locura; podría tirarme a la fuente cuando llegase. Bañarme en todas aquellas monedas doradas y aliviar un poco ese ardor de piel que estaba sufriendo. Me reí de mi estupidez, que no quisiese pronunciar lo que me pasaba no era motivo para que hablase de ello como una enfermedad misteriosa.
Relacioné las demasiadas horas durmiendo con sueños que hubiese podido tener. Y con ellos, mi excitación evidente. Me regañé mentalmente, pero es que nada en el día estaba teniendo coherencia. Nada… ¿Necesitaba preguntarme por qué? Quizás la pregunta correcta sería, ¿Por qué no?
Entonces, al llegar al claro de la fuente, me quedé inmóvil. Forzando los ojos en la oscuridad porque, más adelante, había una figura. Una figura que emitía destellos intermitentes, iluminando como pequeñas explosiones de luz su alrededor. Pude ver poco, porque aquella visión extravagante me sedujo. Y, cuando menos me lo esperé, aquel flash me estalló en la cara.
—Perdona… ¿Estás bien? No... Dios, has salido preciosa.
Aquella voz surgía de la nada.
—¿Qué?—murmuré, mientras parpadeaba intentado adaptarme a la luz—. Qué imbécil, ¿Qué has hecho? Me has cegado… joder…
Me froté los ojos varias veces y extendí la mano, no sé exactamente por qué. Y toqué algo, un cuerpo humano. También escuché algo, una risa. Y olí un aroma que compitió con el de café que desprendía. Tremendamente masculino, que me acariciaba sutilmente…

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