Un día me di cuenta de cómo era el mundo: Terrible y hostíl.
Y me inventé un cuento.
Un día me preguntaron cómo era mi vida, y no fui capaz de responder.
Entonces, me inventé un cuento.

[ Distorsión de la realidad ]

Aurora Boreal: Parte I

Filed Under () by Rhea on miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Qué pasaría si un día, al despertar, fuese un gato? Todas las noches, al abrir los ojos al nuevo día, me planteaba la misma pregunta y depende de lo que mi mente conteste, así me iría la vida. Es algo que llevo haciendo desde bastante pequeña, y ahora, a mis veinticinco años de edad, no puedo quitarme esa manía. Es lo que me ayuda a levantarme con buen humor porque, levantarse de noche, cuando la gente normal está durmiendo, no es muy agradable. O si. Depende. Ya, ya lo sé, todo depende del prisma con el que se mire. Por eso, a veces me despierto bien, y a veces mal.

Esa noche no me levanté demasiado bien, de hecho, se podría decir que me levanté de pena. Con los pelos indomables y cuatro horas más tarde, lo justo para no poder lavármelo y sólo poder conformarme con una ducha de pocos segundos. Así que, cuando me puse delante del espejo sabía que iba a ser una batalla perdida. A ver, como llevase la melena leonina esa noche me daba igual, lo que me importaba más es que esa noche no iba a ser de mi agrado. Podía ser una corazonada, no lo sé, pero todas las cosas que iban pasando, iban saliendo mal. Despertarse tarde, el edredón especialmente revuelto, el desastre caótico de mí alrededor, las sirenas de las ambulancias, el pelo indomable y el café demasiado caliente que estaba a punto de tomar.
Si las ambulancias sonaban, es que había pasado algo por mis alrededores. No era algo raro, pero era de noche, y los sucesos siempre pasaban en ese momento, asique me tocaría verlo al salir del portal. ¿Qué sería? ¿Un niñato amenazando con quitarme la vida si no le dejaban en paz, a él y a su heroína? ¿Un accidente de borrachos cabreados? ¿Un robo con violencia? Nada me sorprendía ya.

El suelo, cuando lo pisé, estaba frío. Muy frío. Me di cuenta de que había dejado la ventana del salón abierta, asique me aproximé a ella con mi café humeante entre mis manos. Aquel titánico choque de temperaturas, hizo que el vapor del café fuese aún más denso. Una neblina blanca me rodeó, inundándome de un agradable olor a café recién hecho. Supe que llevaría aquel aroma impregnado en la piel unas cuantas horas más, porque de noche, el tiempo no pasa de igual modo que por el día. Una gota podía tardar en alcanzar el suelo mucho más tiempo, como si la gravedad misma también se hubiese dormido. O, quizá, nuestra percepción del mundo cambiaba. Y las leyes que lo regía.
Los que habitamos por la noche, somos seres diferentes. Con la piel más clara y un humor más taciturno, o más fresco, depende de quién seas. El romanticismo de la luna y las estrellas, hay que dejárselo a los novatos en este mundo. Cuando pasan un par de años viviendo así, dejas de mirar al cielo para centrarte en quien de acompaña al lado. Y si su mano está peligrosamente cerca de tu bolso. Bajas a la tierra, como decimos. Empiezas a asimilar tu verdad.
De noche, todos los gatos son pardos. Dicho popular. Pues bien, no es verdad. Y quien lo dice es porque está completamente cegado por la luz del sol. Y es una pena, porque la noche está llena de brillantes colores artificiales que la gente común y corriente no ve.

La felicidad no se busca, se encuentra. En el fondo de una copa de Martini.
En el ruido del motor por la avenida desierta. En el humo blanco que el café regala cuando te asomas a la ventana.
En el orgasmo que se ha quedado atrapado entre las sábanas. En las luces de colores de un ático en el centro.
Te encuentra, te golpea, como un desconocido que te para por la calle y mirándote a los ojos susurra “Te amo”. No lo entiendes, ni quieres entenderlo, simplemente niegas y te alejas, pensando que se ha equivocado.

Aquí ignoramos la felicidad porque pensamos que se ha equivocado de persona.

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