Un día me di cuenta de cómo era el mundo: Terrible y hostíl.
Y me inventé un cuento.
Un día me preguntaron cómo era mi vida, y no fui capaz de responder.
Entonces, me inventé un cuento.

[ Distorsión de la realidad ]

Aurora Boreal: Parte II

Filed Under () by Rhea on miércoles, 9 de septiembre de 2009

Sonó el dichoso reloj de la pared. Solamente sonaba a las doce en punto, y era una hora jodidamente crítica, porque tendría que estar cogiendo las llaves de casa y corriendo para coger un tren. Y sin embargo estaba allí, en ropa interior, con la piel erizada por la brisa contaminada nocturna, con una taza humeante en el alféizar filosofando sobre la vida en mi mundo. Llegaría tarde.
Con reticencia, me separé del ventanal del salón, y lo cerré, dejando las cortinas descorridas. Miré un instante más los coches que pasaban por la calle y me vestí rápidamente con lo primero que encontré tirado por ahí. Resultó ser un vestido corto, negro, con mangas largas de campana, con bonitos encajes en el borde. Al final decidí pasarme una cinta oscura por el pelo, para retirármelo de la cara y que por lo menos, se viese clara mi mirada. Si lo conseguí o no, nunca llegué a saberlo, porque nunca llegué a trabajar aquella noche.
Sé que mi apariencia debía ser apetecible, porque aquella noche me mordieron como si fuese el manjar más exquisito. Comida de dioses. Otra de esas cosas que solo pasan de noche, nos convertimos en dioses terrenales, objetos de oscuros deseos y pasiones prohibidas que, de pronto, dejan de estar tan prohibidas.
No hay respuestas a las eternas preguntas “quien eres” “que quieres de mí”. Sabes lo que la otra persona quiere de ti, y tú puedes dárselo o no hacerlo. Te ofrezco sexo, ¿me das a cambio tu vida? Es droga, ¿me das una buena historia? O mi preferida… ¿Qué te doy, a cambio de la llave de tu verdad?
Apenas miré el ático en penumbra cuando cerré la puerta con llave y corrí hacia el ascensor. Menudos pensamientos, ¿qué película había visto por última vez? Me había afectado muchísimo. Eso pensé. Había releído El mundo de Sofía pero nunca me había dado evocar cosas tan degradantes.
Intenté evitar seguir dando vueltas por los rincones de mis ocurrencias, y pulsé el botón de la planta baja. Tras esperar unos minutos, me di cuenta de que estaba estropeado y me faltaron segundos para abrir de nuevo la puerta, malhumorada y pensar unos cuantos improperios contra la mala suerte. Me agarré de la barandilla de metal elaborado con filigranas bastante bonitos y me lancé por los escalones de dos en dos. Ni me fijé en las figuras, ni me fijé en que las luces estaban apagadas y podía tropezar. Seguí bajando hasta que ya no hubo más escalones que saltar y las mejillas estaban encendidas, por el esfuerzo. Pasé como un suspiro por el alto y elegante recibidor y abrí la puerta de la calle.
La realidad no me golpeó, como podía haberlo hecho, porque nadaba en ella día tras día. Segundo tras segundo. Más bien fue la inestabilidad de la fantasía lo que me arrastró consigo.
Quise reír y añadí otro nuevo comentario a mis pensamientos.
Otra cosa particular de la noche, otra cosa que solo podía suceder en esa hora bruja… Algunos días, algunas noches, la lógica rompía como las olas contra las rocas. Se deshacía en espuma y tardaba un rato en volver a engancharse, a fusionarse con el mar.
Supe, como sabes cuando la lluvia va a caer por la humedad en el aire, que en aquella noche, había una fisura en la realidad.

Puse un tacón en la calle y la mente en el aire. Las ideas empezaron a flotar a mí alrededor, como todas las noches, esperando que escogiese a cual prestar atención. Empecé a caminar con dirección el metro, pero algo atrajo mi atención. Algo que no supe identificar. El clima estaba revuelto, las sirenas no estaban lejos, las voces eternas de los invisibles caminantes se alzaban como el humo de un incendio, haciendo toser, haciendo que quieras ponerte unos cascos y subir el volumen de la música al máximo. Porque no es agradable… no siempre.
Aquello, era lo más tranquilo que el centro podía ofrecer. Cerca de un parque con frescos árboles y mucho polvo de hada. Un parque que había sido profanado mucho tiempo atrás por la devastación de una humanidad egoísta y pragmática.
Me gustaba pasear con la moto por la avenida, sentir el aire más o menos limpio en la cara, oler a nuevo, a inhumano, pero hacía unos meses que la tenía descansando en el garaje del bloque de pisos, sin dinero suficiente para la gasolina. Asique solía ir en metro a todos sitios, disfrutando del ambiente tranquilo del subsuelo donde, casi siempre, el único ruido perturbador era en vaivén del tren. No costaba demasiado, pero, no obstante, los viajes eran pagados por cortesía de mi hospital. No podían subirme un poco el sueldo para poder comprar Gasoil, pero podían pagarme un Abono todos los meses. Negué con la cabeza, mientras cruzaba el paso de peatones. No era una avenida muy ancha, lo suficiente para que pudiesen circular con comodidad, coches de doble sentido. Había muchas farolas, eso sí, que iluminaban La Tierra como estrellas en el cielo nocturno. Ésas, son nuestras estrellas, para la gente que dejamos de soñar con lo imposible. Y solemos pedir que luzcan un poco más, lo justo para poder llegar a casa y respirar tranquila a altas horas de la madrugada. Nuestra esperanza se limita a la seguridad que una luz difusa pueda llegar a proporcionarnos. Nuestros sueños desaparecen en el firmamento como cuando diriges una linterna hacia arriba, intentando iluminar la oscuridad del infinito.
Era el centro residencial, un montón de edificios juntos, unos más altos que otros, con bonitos balcones que se extendían como las ramas de un gran árbol. Todos éramos parte de ese árbol, solo había que determinar si eras un mísero insecto, un libre pájaro o una mortífera serpiente.
Yo no sabía exactamente como considerarme. Era demasiado parte de los demás, pero a la vez, muy parte de mí misma. Era la lluvia que mojaba la tierra y que corría por el rostro de todos, mientras abrían sus bocas lamiendo las gotas. Pero también era aquella vividora de las emociones que pudiesen ofrecerse. Expectante de las cosas que aún no habían llegado hasta mi. Excéptica y poco fiel, amante y muy amada. Había matado a mis dioses, y no los echaría de menos.

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